Crónica Abbath en Ecuador: «Tiempos de fuego e ira en Kitu»
Por: Rafael García


Un camino negro se ve a lo lejos, pieles de cuero y melenas largas esperando el momento, el frío invade el aire y congela los huesos. Gélidos aullidos se escuchan en la oscuridad de la noche, las voces del infierno golpeando las paredes y recorriendo las montañas; el norte de la ciudad está en movimiento; las legiones de hielo son liberadas y cabalgan en jinetes negros con máscaras blancas, la luna de invierno se esconde detrás de los ayas. El bosque andino despierta una vez más al escuchar los llamados de las quebradas y los fríos ríos, aves míticas surcando el cielo, extendiendo sus alas y dejando ver sus calvas cabezas protegidos con collarines de algodón; el kuntur (cóndor en kichwa) volando libre en medio de los volcanes; los lobos vikingos orando en nuestras tierras; los templos ocultos mostrándose en las laderas; portales de lo oculto, lo milenario, sonando como trompetas. Ayakuna, supaykuna en los chakiñanes; diablos recorriendo las calzadas.

Contundencia, fuerza, un rugido nórdico son los dedos de Mia Wallace bajista de Abbath, transportando en la atmósfera de un buen metal ochentero bien añejado, vibrando en la baldosa del local, empujando las botas hacia el mosh, fundiéndose con los tambores de batalla rematados por Ukri Suviletho; vikingo nórdico motivando y sosteniendo al grupo; elevando los ritos musicales y provocando las danzas de batalla. Ole André Farstad hipnotizando con su virtuosismo en la guitarra, las llamas del averno alumbrando su destello mientras rasgaba las seis cuerdas. Abbath rugiendo en el micrófono, aullando a la luna de invierno, llamando a los tiranos y las hecatombes; convocando hordas de guerreros para ir a la guerra.

Mosh, cerveza, metal, una noche de fiesta negra, cabeceo al son  de los riffs de las guitarra, cabeceo al ritmo de la batería, cabeceo al ritmo del bajo; donde quiera se podría disfrutar de esta música, la cual ya en sus más de veinte y cinco años ha madurado en una manera sorprendente; tiene ritmos frescos, renovados y a pesar de eso no pierde la esencia de un buen black metal noruego. Arpegios que ambientan dentro de una ritmo que normalmente busca lo crudo y que logran trasladar a la audiencia a distintos parajes mientras mantienen un suspenso de relativa calma hasta explotar en baterías estruendosas, gritos, y rasposas guitarras que alientan a libertad, el instinto animal, la furia, la ira; lo rebelde, son buenos tiempos para el fuego. 

El metal negro en el Ecuador sigue siendo de culto, aún se mantiene la esencia de las primeras olas del black metal donde solo se escuchaba a determinadas bandas en grupos selectos de personas. La gente que asiste a estos recitales nunca es tan numerosa, llegan entre 200 a 300 personas como máximo, las cuales dejan el alma en cada tema que resuena dentro de estos conciertos. Es un movimiento fiel al género, gente que disfruta de las líricas depresivas y atmosféricas, líricas que analizan el paganismo, la filosofía oculta, los tributos  a la muerte, los demonios, a la guerra, a lo infernal. Gracias a este hecho de “cultismo” es posible vivir una experiencia más cercana dentro de este black metal en nuestro país; ese oscuro, crudo, sucio, carrasposo, exclusivo, estruendoso, salvaje, colérico, demoníaco sonido que agita las cabezas y aviva el corazón.

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por: Rafael García

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